martes, febrero 28, 2006

Henry James

Los dibujos eran admirables, pero el agolpamiento en la pequeña habitación era tan denso que Overt se sentía como si estuviera metido hasta el cuello en una bolsa de lana. En el borde exterior, una hilera de gente, doblando la espalda hacia adelante y presentando, bajo ellos, una superficie aún más convexa de resistencia a la presión de la masa, se esforzaba por conservar un espacio entre sus narices y los marcos barnizados de los cuadros; mientras que el cuerpo central, en medio de la relativa oscuridad proyectada por la ancha pantalla horizontal, que pendía bajo la claraboya y dejaba tan sólo un margen para el día, permanecía derecho, denso y vago, perdido en la contemplación de sus propios ingredientes. Esta contemplación se asentaba especialmente en los ojos tristes de ciertas cabezas femeninas, coronadas de sombreros de extraños pliegues y plumaje, que se erguían por encima de los demás, sobre largos cuellos. Una de las cabezas, percibió Paul, era con mucho la más bella de la colección, y su siguiente descubrimiento fue que pertenecía a Miss Fancourt. Su belleza se vio realzada por la sonrisa feliz que le envió a través de las obstrucciones circundantes, sonrisa que lo atrajo a ella tan de prisa como pudo moverse.

Fragmento de la narración La lección del maestro, de Henry James, fallecido el 28 de febrero de 1916.

La figura en el tapiz -relato de Henry James- en Ciudad Seva.

El 28 de febrero de 1981 fallecía Alvaro Cunqueiro.
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domingo, febrero 26, 2006

El viajero

El chirrido de las ruedas del coche iba corriendo entre la sombra. Los faroles pálidos iluminaban un tronco de árbol, unas hojas húmedas y luego flotaban como un nimbo amarilloso en la masa oscura de la noche. Adelante chasqueaba el látigo y se oía el paso desigual de los caballos. De tiempo en tiempo una contorsión brusca y un crujido de maderas delataban un bache y cambiaban la monotonía de la marcha.
El camino clareaba apenas en la tiniebla, torciéndose caprichosamente como curso de agua, pasaba junto a los copos de sombra de las arboledas y faldeaba los montes negros perdidos en la altura. Al fondo del valle flotaban las luces vagas del pueblo como chispas dormidas.
A la entrada de la única calle el primer farol, hirviente de insectos, iluminó el carruaje y su ruido solitario, que penetraban pesadamente en el silencio. Era una vía larga y ancha, entre dos filas de árboles, detrás de las que pasaban los muros borrosos con rejas salientes pintadas de verde. Resonaba el rodar sobre la arena.

Fragmento del relato El viajero, del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, fallecido en Caracas el 26 de febrero de 2001.

La lluvia -un cuento de Uslar Pietri-

El 26 de febrero de 1802 nacía Victor Hugo

viernes, febrero 24, 2006

Astros y fuentes y flores

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
                                           —Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

Poema de Rosalía de Castro, nacida el 24 de febrero de 1837 en Santiago de Compostela. Carlos Núñez le puso música y lo incluyó en el álbum Mayo Longo.

Más poemas de Rosalía

El 24 de febrero de 2004 en Al_Andar: Pablo Milanés
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miércoles, febrero 22, 2006

Stefan Zweig

En una modesta pensión de la Riviera, donde residía, diez años antes de la guerra, estalló en la mesa una violenta discusión que, exacerbando de pronto los ánimos, estuvo a punto de degenerar en reyerta furiosa.

La mayoría de los hombres tienen escasa imaginación. Todo lo que no los afecta de inmediato y directamente, no hiere sus sentidos, cual dura y afilada cuña, casi no logra excitarlos; mas si un día ante sus ojos acontece algo insignificante, inmediatamente estallan apasionados. Entonces la apatía se convierte en frenética vehemencia.

Esto ocurrió entre las personas aburguesadas que se sentaban a nuestra mesa, donde por lo común nos entregábamos a pequeñas charlas insustanciales, para separarnos en cuanto terminaba la comida. El matrimonio alemán tornaba a sus paseos y a sus fotografías, el danés apacible a su aburrida pesca, la respetable dama inglesa a sus libros, el matrimonio italiano escapaba a Montecarlo y yo, perezosamente, me hundía en una silla del járdín o volvía a mis trabajos.

Fragmento de la novela 24 horas en la vida de una mujer, del escritor austriaco Stefan Zweig, fallecido el 22 de febrero de 1942.

La estrella sobre el bosque (cuento de Stefan Zweig), en Ciudad Seva.

El 22 de febrero de 1939 fallecía Antonio Machado

martes, febrero 21, 2006

Nin

Allendy me hace preguntas sobre Henry. Al final observa que lo domino socialmente. Y también observa que he decidido colocarme en la posición de rival de una mujer que sé que vencerá, buscando por tanto mi propio dolor; que he amado a hombres más débiles que yo y he sufrido por ello. Y al mismo tiempo le tengo mucho miedo al dolor, lo cual me hace dividir mis amores de modo que cada uno me sirva de refugio frente a otro. Ambivalencia. Quiero amar a un hombre más fuerte y no puedo.
Dice que tengo una sensación de inferioridad que se debe a mi fragilidad física de niña. Me parecía que los hombres sólo amaban a las mujeres sanas y gordas. Eduardo me hablaba de las rellenitas cubanas. La primera chica por quien Hugo se había sentido atraído era gorda. Todo el mundo hacía comentarios sobre mi delgadez, y mi madre sacaba a relucir el proverbio español: «Los huesos son para los perros.» Cuando me marché a La Habana, dudaba de que le gustara a nadie porque estaba delgada. Este tema dura aún hasta el momento actual en que Henry me ofendió con su admiración por el cuerpo de Natasha porque le pareció opulento.

Fragmento de Henry & June, de la escritora francesa Anaïs Nin, nacida el 21 de febrero de 1903 en Neuilly.

El 21 de febrero de 2004 en Al_Andar...
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domingo, febrero 19, 2006

Los monederos falsos

La calle de T., donde Bernardo Profitendieu había vivido hasta ese día, está muy cerca del jardín del Luxemburgo. Allí, junto a la fuente Médicis, en esa avenida que la domina, tenían la costumbre de verse, todos los miércoles de cuatro a seis, algunos de sus camaradas. Se hablaba de arte, de filosofía, de deportes, de política y de literatura. Bernardo había caminado muy de prisa; pero al pasar la verja del jardín divisó a Oliverio Molinier e inmediatamente aminoró su paso.
La reunión era aquel día más numerosa que de costumbre, sin duda a causa del buen tiempo. Se habían agregado unos cuantos a quienes Bernardo no conocía aún. Cada uno de aquellos muchachos, no bien se encontraba delante de los otros, representaba un personaje y perdía casi toda naturalidad.
Oliverio enrojeció al ver acercarse a Bernardo y, separándose con bastante brusquedad de una joven con quien conversaba, se alejó. Bernardo era su amigo más íntimo y por eso Oliverio tenía muy buen cuidado en no parecer buscarlo; a veces, fingía incluso no verlo.
Antes de llegar hasta él, Bernardo tenía que afrontar varios grupos y, como él también aparentaba no buscar a Oliverio, se entretenía.
Cuatro de sus compañeros rodeaban a uno bajito, barbudo, con lentes, notablemente mayor que ellos, que llevaba un libro. Era Dhurmer.

Fragmento de la novela Los monederos falsos, del escritor francés André Gide, fallecido el 19 de febrero de 1951.

Un año después, el 19 de febrero de 1952, fallecía Knut Hamsun.
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sábado, febrero 18, 2006

Toni Morrison

En ese tren, mientras avanzaban lentamente hacia Cincinnati, Nel tomó la decisión de mantenerse en guardia... siempre. Quería tener la seguridad de que ningún hombre la miraría jamás de ese modo. Que ningún par de ojos de medianoche ni ninguna piel jaspeada la insultarían jamás transformándola en gelatina.
Estuvieron viajando durante dos días: dos días en que contemplaron la transformación de la cellisca en lluvia y luego en purpúreas puestas de sol, y una noche acurrucadas sobre los bancos de madera (las cabezas recostadas sobre los abrigos doblados), procurando no oír los ronquidos de los soldados. Cuando cambiaron de tren en Birmingham para el último trecho del viaje, se dieron cuenta del lujo con el que habían viajado en Kentucky y Tennessee, donde todas las estaciones estaban provistas de lavabos para las gentes de color. A partir de Birmingham no encontraron ni uno. Helene tenía la cara tensa por la necesidad y su malestar llegó a ser tan intenso que finalmente se decidió a comentarle su problema a una mujer negra con cuatro criaturas que habían subido en Tuscaloosa.

Fragmento de la novela Sula, de Toni Morrison, que nació el 18 de febrero de 1931 en Lorain (Ohio).

El 18 de febrero de 1938 fallecía Leopoldo Lugones
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viernes, febrero 17, 2006

Moliere

-No soy, hermano, un doctor venerando, ni me ha sido otorgado todo el saber del mundo; mas, al cabo, tengo por toda ciencia saber diferenciar lo falso de lo verdadero, y como no veo género de héroes más admirables que los devotos perfectos, ni cosa más noble y hermosa en el mundo que el santo fervor de un verdadero celo, tampoco veo nada más odioso que el exterior blanqueado de un celo espacioso. Hablo de esos charlatanes sueltos, de esos devotos de plazuela cuya farsa sacrílega y engañadora abusa impunemente y se burla a su grado de cuanto más sacrosanto tienen los mortales. Pues son gentes aquellas que, con alma sometida al interés, hacen de la devoción oficio y granjerías, queriendo comprar créditos y dignidades a costa de mucho bajar de ojos y mucho afectado fervor. Refiérome a esas personas que con descomunal ardor corren por el camino del cielo hacia su fortuna, pidiendo cosas a diario, implorantes y acalorados; predicando el retirarse, mas a la corte, ajustando su celo con sus vicios; mostrándose prontos, vindicativos, de mala fe, artificiosos; cubriendo insolentemente con el interés del Cielo su fiero resentimiento cuando quieren perder a alguien; siendo tanto más peligrosos en su áspera cólera cuanto que usan contra nosotros armas que reverenciamos, y en su pasión quieren asesinarnos con un hierro sagrado. De carácter tan falso, vense aparecer hartos hombres; mas los devotos de corazón son fáciles de conocer. Nuestro siglo, hermano, expone a nuestros ojos quienes pueden servirnos de gloriosos ejemplos. Mirad a Periandro y Ariston, a Orente, Alcidamas, Polidoro y Clitandro. A estos nadie les discute sus títulos; no son fanfarrones de la virtud; no se ve en ellos una vanidad insoportable, y su devoción es humana y natural. Porque no censuran todos nuestros actos, hallando exceso de orgullo en tales represiones, y dejan a otros las palabras duras, reprendiendo nuestras acciones con las suyas propias.

Fragmento de Tartufo, obra del escritor francés Jean Baptiste Poquelin (Molière), fallecido el 17 de febrero de 1673.

El 17 de febrero de 1836 nació Gustavo Adolfo Bécquer,
y ese mismo día, en 1967 fallecía Ciro Alegría
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martes, febrero 14, 2006

Noticias literatura

La revista Misioletras cumple tres años. En el boletín semanal se han publicado más de 300 poemas clásicos y más de 1500 de autores contemporáneos, así como innumerables cuentos. Para celebrarlo, en fechas próximas está previsto el lanzamiento de su propio portal literario. Para suscribirse gratuitamente al boletín, basta con enviar un mensaje a
Misioletras-subscribe@gruposyahoo.com

Boletín Misioletras 142

Actualización febrero 2006 en
LITERATUYA
(escribo porque escribo y porque tú)

con textos de J.L. Caballero (Las cartas de Antioquía), Nina Melero (Gallinejas), Arturo Montfort (I can’t get no satisfaction), Marcelo D.Ferrer (Crónica de una noche de niebla), Sira (Un siniestro), Julia Otxoa (Oto De Aquisgrán), Miquel Silvestre (Diario de un gigante), Miguel Gutierrez (Para y por ti), Emilio Arnáiz (El Soho y otros relatos), Dalí Corona (Remansos de canción y Mala luna) y Sergio Borao Llop (Feria).

El 14 de febrero de 1928 nacía Juan García Hortelano
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lunes, febrero 13, 2006

El zurdo

Un entrevero violento y fugaz, palabras de odio gritadas entre una carnicería de doscientos hombres que, al través de la noche, se sablean y atropellan, sobrehumanos; bramando coraje.
Combate rudo.
Por quinta vez, el gauchaje sorprendía el campamento realista, y en el aturdimiento de todos, lazo y bola habían hecho su obra.
Uno de los asaltantes, sin embargo, quedó en mano de los españoles. En cortejo de odio fue conducido al juicio de los superiores, y la pena de muerte cayó fatalmente.
La cabeza baja y casi escondida por lacia melena, el condenado oyó el veredicto. Sus ropas despedazadas descubrían el pecho, sesgado por honda herida.
Cuando la soldadesca tuvo segura su venganza, calmáronse los anatemas y maldiciones. Aproximábanse, por turno, para verlo, y también gozar de su estado.
Concluirían los asaltos y el terror supersticioso que supo imponer ese cabecilla peligroso cuyo apodo vibraba en boca del enemigo con entonación de ira. ¿Cuántos no ahorcó su lazo, y despedazó en la huida, mientras se golpeaba la boca en señal de burla?
Adelantose el verdugo voluntario.
La tropa rodeaba con curiosidad, ansiosa de ver flaquear al que habían temido.
Por primera vez, El Zurdo alzó la cara y tuvo una mirada de pálido desprecio. Quería vejarlos antes de morir, herirlos con una palabra a falta de hierro, y sonrió sarcástico:
-¿Por qué no yaman las mujeres?
La indignación hirvió en la tropa, los dientes rechinaron, hartos de ofensa, el sable temblaba en manos del verdugo. El Zurdo aprovechó el silencio hablando con orgullo:
-En la sidera de mi recao tengo siento trainta tarjas, y ustedes, por más que me maten, no han de matar más que a uno.
Era el colmo. La tropa, indisciplinada, cayó sobre el preso, que desapareció entre un tumulto de brazos y armas. Cuando el jefe logró despejar su gente, El Zurdo había caído. En su cuerpo sangraban no menos heridas, que tarjas reían en su sidera, pero fue un honor del cual no pudo vanagloriarse.


El zurdo, narración del libro Cuentos de muerte y de sangre, de Ricardo Güiraldes, que nació el 13 de febrero de 1886. Su obra más conocida, Don Segundo Sombra, está disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

El 13 de febrero de 1837 murió Mariano José de Larra
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domingo, febrero 12, 2006

El olor de las flores

C erré la puerta suavemente
como otras tantas veces
y me alejé en silencio.

Siempre viví cerrando puertas
o viéndolas cerrarse tras de mí:

Puertas entrecerrándose implacables
como una barricada ante mis ojos.

He aprendido que cada despedida
es el eco de un canto cancelado.
Que una mirada al borde del andén,
el gesto de una mano que se pierde
o un avión despegando
son heridas que nunca cauterizan.

Es necesario entonces
cerrar las puertas con tristeza
y alejarse despacio hacia poniente
en busca de otros soles, de otras Ítacas
de otros ríos y aldeas
allende el horizonte de los días.

Mas no es fácil caminar cuando se sabe
que el olor de las flores no regresa.

El 12 de febrero de 1984 fallecía Julio Cortázar

jueves, febrero 09, 2006

Adalberto Ortiz Quiñónez

Africa, Africa, Africa,
tierra madre, verde sol,
en largas filas de mástiles
esclavos negros mandó.

Qué trágica fue la brújula

que nuestra ruta guió.

Qué amargos fueron los dátiles

que nuestra boca encontró.

Siempre han partido los látigos

nuestra espalda de cascol

y con nuestras manos ágiles
tocamos guasá y bongó.

Sacuden sus sones bárbaros
a los blancos, los de hoy,
invade la sangre cálida
de la raza de color,

porque el alma, la del Africa

que encadenada llegó,
en esta tierra de América

canela y candela dio.

Poema de Adalberto Ortiz Quiñónez, nacido el 9 de febrero de 1914 en Esmeraldas (Ecuador).

Los ojos y la fea.
Un cuento de Adalberto Ortiz.

El 9 de febrero de 1881 fallecía Fiodor Dostoievski

miércoles, febrero 08, 2006

Julio Verne

Cuando haya dicho que mi tío caminaba a pasos matemáticamente iguales, que medía cada uno media toesa de longitud, y añadido que siempre lo hacía con los puños sólidamente apretados, señal de su impetuoso carácter, lo conocerá lo bastante el lector para no desear su compañía.

Vivía en su modesta casita de la Königstrasse, en cuya construcción entraban por partes iguales la madera y el ladrillo, y que daba a uno de esos canales tortuosos que cruzan el barrio más antiguo de Hamburgo, felizmente respetado por el incendio de 1842.

Cierto que la tal casa estaba un poco inclinada y amenazaba con su vientre a los transeúntes; que tenía el techo caído sobre la oreja, como las gorras de los estudiantes de Tugendbund; que la verticalidad de sus líneas no era lo más perfecta; pero se mantenía firme gracias a un olmo secular y vigoroso en que se apoyaba la fachada, y que al cubrirse de hojas, llegada la primavera, remozábala con un alegre verdor.

Mi tío, para profesor alemán, no dejaba de ser rico. La casa y cuanto encerraba, eran de su propiedad. En ella compartíamos con él la vida su ahijada Graüben, una joven curlandesa de diez y siete años de edad, la criada Marta y yo, que, en mi doble calidad de huérfano y sobrino, le ayudaba a preparar sus experimentos.

Fragmento de la novela Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, nacido en Nantes el 8 de febrero de 1828.

El 8 de febrero de 2004 en Al_Andar...

martes, febrero 07, 2006

Utopía

Así, después de muchas jornadas, hallaron ciudades y Repúblicas llenas de gente y gobernadas por muy justas leyes. Bajo la línea equinoccial, y a ambos lados de la misma, hasta donde llega el sol en su carrera, hállanse los vastos desiertos, abrasados y secos por razón del perenne e insufrible calor. Allí, todas las cosas son feas, espantosas, aborrecibles, y no gusta mirarlas. Viven fieras y serpientes y algunos hombres no menos crueles, feroces y salvajes que aquéllas. Mas algo más allá todas las cosas empiezan a hacerse más agradables poco a poco; el aire es suave y templado, el suelo está cubierto de verde hierba y son menos feroces las bestias. Y por fin vuelven a hallarse gentes y ciudades que hacen continuamente el tráfico de mercaderías, tanto por mar como por tierra, no solamente entre ellos y con las comarcas vecinas, sino también con los mercaderes de los países remotos. Tuvo ocasión de ir a muchos países, pues todas las naves que estaban prestas a hacerse a la vela recibían con agrado a Hytlodeo y a sus compañeros. Las primeras naves que vieron teman ancha y plana la carena; las velas estaban hechas de papiros o de mimbres y aun a veces de cuero. Después las hallaron con velas de cáñamo y las quillas terminadas en punta; finalmente hallaron otras en todo semejante a las nuestras.
Los marinos eran también muy diestros y hábiles; sabían bien las cosas del mar y las del cielo. Rafael ganó su amistad enseñándoles el uso de la aguja magnética, que desconocían hasta entonces, pues eran temerosos del mar, en el cual sólo se arriesgaban durante el estío.


Fragmento de Utopía, de Thomas More, que nació en Londres el 7 de febrero de 1478.
El 7 de febrero de 1812 nacía Charles Dickens

lunes, febrero 06, 2006

Drahom

Buscaba el rastro de su hembra, la nariz casi rozando el suelo. Se había alejado de la horda, ese olor único que lo llamaba era como un grito, un grito proveniente de las cavernas, grabado en la sangre desde el tiempo oscuro de los reptiles.
Ella, por escapar, había dejado atrás la manada, se había lastimado la piel, roto lo que la cubría por el arañazo de las ramas. El pelo se enredaba. Se arrastraba, sentía la boca de él cerca. Había visto un dragón una vez, sabía de la larga bocanada de fuego. Hípnóticas llamas en el paisaje. Ahora imaginaba al animal fantástico, la hoguera que salía de sus labios abiertos enrojeciendo la noche.
Tenía miedo.
Él a sus espaldas rastreándola.
Cuando llegó la noche se rindió exhausta. El fuego de él hacía crujir las ramas y apagaba sus propios gemidos. La tomó con una violencia tan dulce, tan feroz, tan animalhumanamente. La emplumó, la ensedó, la subió hasta el borde del cielo. La cubrió con sus alas prehistóricas. La llevó hasta los sueños devoradores.
Él soñó que era un hombre en otro tiempo (pensó que a ella le iba a gustar). Soñó a una ciudad, en el día en que San Jorge venció al Dragón. Soñó SER HUMANO y regalarle a ella libros y flores, porque así se festeja la fecha. Ella sólo podía soñarlo a él enrojeciendo su cuerpo en un incendio voraz, ilimitado, interminable.

Cristina Villanueva, narradora oral, psicóloga y docente nacida en Buenos Aires.

Más textos de Cristina Villanueva.

El 6 de febrero de 2004 en Al_Andar...

viernes, febrero 03, 2006

Saga de los suburbios

El sótano era la vivienda de Fau y tenía varios compartimientos, unos con leña, otros con paja y en casi todos había algún mueble viejo y abandonado. Sillas cojas, un sofá mugriento e incluso un maniquí, es decir dos: uno de mimbre seco y otro de madera forrada.
Había tenido aquel sótano un portalón que en tiempos fue puerta cochera pero la había hecho tapiar don Avelino con piedra y argamasa. El afilador que solía ir antes a ver a Fau se quedaba fuera y se hacía presente dando con su caramillo la señal del viejo Pan bicorne. Así decía el sobrino de Avelino, hombre joven y muy sabio en toda clase de letras y ciencias, según decía Fau. Cuando hablaba el sobrino Fau lo escuchaba embelesado.
Aunque era verdadero sobrino de Avelino no entraba en el sótano por las escaleras que bajaban del primer piso sino que prefería entrar por la gatera de la romana un acceso que nadie conocía sino Fau y que comenzaba en una exclusa cerrada por una plancha horizontal de hierro e iba a parar a la báscula romana de palanca que contaba los caices de trigo. Nunca le preguntaba Fau por qué no prefería entrar en el primer piso donde vivía su tío y bajar al sótano por las escaleras. Era poco preguntador, Fau. Y lo que hiciera aquel sobrino de don Avelino, aquel hombre de luces que lo sabía todo -hasta escribía cosas que imprimían los diarios- le parecía siempre inspirado por Dios Nuestro Señor, Amén.
Cuando estaba solo Fau, que era casi siempre, se entretenía recordando cosas de su vida en las montañas. Los veranos de la montaña eran mejores que los de la tierra baja y los inviernos tenían también días y noches memorables, aquellas noches que comenzaban a las cinco de la tarde y eran doblemente largas que los días.


Fragmento de la novela Saga de los suburbios, del escritor aragonés Ramón J Sender, nacido en Chalamera el 3 de febrero de 1901.

El 3 de febrero de 2004 en Al_Andar...

jueves, febrero 02, 2006

James Joyce

Los ojos de Gabriel, irritados por el piso que brillaba encerado debajo del macizo candelabro, vagaron hasta la pared sobre el piano. Colgaba allí un cromo con la escena del balcón de Romeo y Julieta, junto a una reproducción del asesinato de los principitos en la Torre que tía Julia había bordado en lana roja, azul y carmelita cuando niña. Probablemente les enseñaban a hacer esa labor en la escuela a que fueron de niñas, porque una vez su madre le bordó, para cumpleaños, un chaleco en tabinete púrpura con cabecitas de zorro, festoneado de raso castaño y con botones redondos imitando moras. Era raro que su madre no tuviera talento musical, porque tía Kate acostumbraba decir que era el cerebro de la familia Morkan. Tanto ella como Julia habían parecido siempre bastante orgullosas de su hermana, tan matriarcal y tan seria. Su fotografía se veía delante del tremó. Tenía un libro abierto sobre las rodillas y le señalaba algo en él a Costantine, que, vestido de marino, estaba tumbado a sus pies. Fue ella quien puso nombre a sus hijos, sensible como era al protocolo familiar. Gracias a ella, Costantine era ahora el cura párroco de Balbriggan, y, gracias a ella, Gabriel pudo graduarse en la Universidad Real. Una sombra pasó sobre su cara al recordar su amarga oposición a su matrimonio. Algunas frases peyorativas que usó vibraban todvía en su memoria; una vez dijo que Gretta era una rubia rural y no era verdad nada. Fue Gretta quien la atendió solícita durante su larga enfermedad final en la casa de Monkstown.

Sabía que Mary Jane debía de andar cerca del final de la pieza porque estaba tocando otra vez la melodía del comienzo con sus escalas sucesivas después de cada compás, y mientras esperó a que acabara, el resentimiento se extinguió en su corazón. La pieza terminó con un trino de octavas agudas y una octava final grave. Atronadores aplausos acogieron a Mary Jane al ruborizarse mientras enrollaba nerviosamente la partitura, y salió corriendo del salón. Las palmadas más fuertes procedían de cuatro muchachones parados en la puerta, los mismos que se fueron a refrescar cuando empezó la pieza y que regresaron tan pronto el piano se quedó callado.


Fragmento del relato Los Muertos, del escritor irlandés James Joyce, que nació el 2 de febrero de 1882 en Rathgar, suburbio de Dublín.

Después de la carrera (Dublineses)

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