viernes, enero 27, 2006

Celda

Estoy sentado en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me impiden verlos, pero escucho sus risas. Tres mujeres, quizá sus madres, conversan animadamente en otro banco, lo bastante lejos como para que no llegue a mis oídos el tintineo de sus voces ni el eco de alguna palabra prendida en los flecos de la leve brisa que sopla entre los arbustos. Un hombre uniformado barre las hojas que el naciente otoño va depositando, obstinado, sobre el asfalto y entre los setos que rodean la estatua del centro. En esta mañana clara, apenas pueden oírse unos pocos automóviles atravesando, raudos, las calles adyacentes. La acariciante brisa y los débiles rayos del sol son acaso los únicos testigos de la paz que invade mis pensamientos.
Mas, de pronto, la aparente tranquilidad se transforma: Todo cobra vida. Todo parece haber recuperado en un instante la velocidad que gobierna el paso de los días en las grandes ciudades. Ella se acerca, caminando erguida por el sendero que separa los macizos de flores. Alta, elegante, bellísima, viene hacia mí sin que yo pueda hacer nada por llamar su atención. Como en respuesta a mis ardientes deseos, una rosa roja, fragante, y húmeda por las pequeñas gotitas de rocío aún adheridas a sus pétalos, ha nacido repentinamente entre mis dedos. Cuando Ella pasa a mi lado, dolorosamente arranco la flor de mi propia carne, y se la ofrezco. En esa ofrenda va implícito un destino. Pero he aquí que Ella rechaza mi ofrenda con un gesto dulce y enérgico a la vez. Con una sonrisa, musita algo que no me es dado escuchar. La rosa, despechada, se arroja al vacío, suicidándose. Ha ido a caer bajo los pies de ella, que no puede evitar que su fino tacón pise, aplastándolo, el hermoso cadáver de la flor. El mío se levanta del banco, contempla una vez más la silueta que se va perdiendo entre la suave neblina, y regresa con cansancio a la celda. Doy dos vueltas a la llave en la cerradura y la arrojo lejos, entre las sombras del rincón donde todo pierde consistencia.


La Celda (SBL)

El 27 de enero de 1999 fallecía en Salamanca Gonzalo Torrente Ballester.

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